PHYSIS EN LA ANTIGUA GRECIA
En la mentalidad griega lo masculino se eleva sobre lo femenino en todos
los ámbitos sociales, políticos, religiosos, etc., incluso en lo ético, físico
y fisiológico. Para los helenos fueron varones los que inventaron la
agricultura [Triptólemo], las leyes, la navegación, el alfabeto [Cadmo], la
política, las armas para la guerra [Perses, las flechas o los etolios las
lanzas] y otros inventos necesarios para el desarrollo cultural [Dédalo]. Su
fijación social se realizó a través de la mitología y fue utilizado para
delimitar las esferas de actuación por género. Las de la mujer sabemos que eran
limitadas, y en ellas quedaba poco margen para la virtud fuera de las
atribuciones asignadas por roles y relacionadas con el oikos, el cuidado
de la prole y labores aceptadas como adecuadas a su condición [tejido,
cestería, etc. pues incluso la introducción de cultivos como el olivo se
asocian a diosas, como Atenea, y no a mujeres mortales].
Sin embargo, no son pocos los autores clásicos que, ya
entonces, pusieron de manifiesto la contradicción de restringir la actuación de
un género al que también se asocia la posibilidad de desarrollo intelectual, al
margen de esa esfera de actuación demarcada. La mujer, defendían, es capaz de
alcanzar el conocimiento y la verdad a través de la curiosidad por el saber,
del mismo modo que el filósofo aglutina conocimientos hasta “dar a luz”
elevadas conclusiones que acercan a la verdad que había alcanzado su psyche.
Nos encontramos ante opiniones muy minoritarias, y los casos conocidos sobre
mujeres que alcanzaron fama en este sentido son escasos. Probablemente ello se
encuentre estrechamente relacionado con la posibilidad que tenían de alimentar
ese ansia de saber, no solo a través de una educación al margen de la familia,
sino accediendo a enseñanzas filosóficas que solo alcanzarían mujeres
pertenecientes a las clases altas y asociadas a familias donde no reprobaran
tales inclinaciones para una mujer. Al margen de dicha esfera del pensamiento,
pocas opciones se les permitía más para demostrar sus capacidades o entendían
que no existían en otras esferas [política, guerra, etc.].
En contra de la opinión de Aristóteles, y otros
autores para quienes la mujer era físicamente inferior, relatos como los mitos
amazónicos niegan tal opinión, es más, las hacen dignas enemigas de sus más
afamados héroes, pues considerarlas de otro modo habría desvirtuado las hazañas
de aquellos [su philotimía]. En este sentido, y aun tratándose de una
visión que se entendía como utópica en cuanto a una sociedad de la que formaba
parte y no por ello exenta de la estratificación por clases, ya Platón señalaba
que el potencial físico de la mujer era parejo al del hombre, si lo entrenaba
como hacía aquel. Es más, ese potencial bélico estaba siendo desperdiciado y
por ello debía ser aprovechado por la polis, que gracias a lo cual vería
duplicado el suyo aun cuando mantuviera la preeminencia física masculina. De
hecho, reducía la diferencia femenina solo en cuanto a lo físico, equiparando
su capacidad mental. Era capaz de desempañar las mismas funciones, si se
fomentaba adecuadamente a través de la educación para ambos sexos y la
liberación de sus tareas maternas.
Incluso propugnaba una sociedad de mujeres como viable
y deseable, aunque en su caso estaría reservada solo a la clase de los “guardianes”
dentro de su visión utópica, así como la sexualidad libre únicamente dentro de
cada clase social y en una estructura que no excluía al varón. En dicha utopía.
la desaparición de la propiedad privada eliminaría la necesidad del matrimonio
monógamo, al menos entre dicho rango social, y de la filiación patrilineal. No
haría falta conocer la descendencia directa para asegurar el traspaso de los
bienes familiares, acabándose así, también, con las causas originarias para la
inferior condición femenina en aquellas sociedades y con las disputas entre los
hombres por las mujeres. La descendencia seria propiedad del Estado en común.
Elementos todos ellos, quizá relacionados con lo que el propio Platón señala
acerca del origen del hombre y la mujer, que entendía surgidos ambos de un ser
primordial andrógino que albergaba todos los atributos que después conformarían
la personalidad de cada uno de sus elementos resultantes. La perfección que se
asocia a ese ser será la aspiración a la que, consciente e inconscientemente,
ambos sexos pretenden alcanzar a través de su unión. Mientras tanto son seres
incompletos sin la parte que les fue arrebatada, algo inevitable por cuanto
ambos antes fueron uno, y cuyo proceso servirá para originar un nuevo ser.
Hipócrates ya señalaba la menor “potencia” de lo
femenino con respecto a lo masculino acerca de la inherencia andrógina e
inicial del ser humano, previa a la distinción por géneros. Filón explica el
primer hombre y la primera mujer a partir de una noción originaria de ánthropos,
por tanto la mujer procede del hombre y no al revés. Se genera, así, la
necesidad de unión para recuperar el ser primigenio y volver a unir lo que
antes fue uno, a través del deseo y el amor, para producir un nuevo ser por el
bien de la supervivencia de la especie. Para Platón, el genos femenino
apareció como el genos masculino, dos entidades diferentes pero
asociadas a la manera de Filón, aunque mejor entendido como “mitades” [eide]
que parten de un mismo gene para crear dos partes de un todo, sin que
Platón indique preeminencia al respecto.
Platón incluye el concepto de “lo social”, entendido
como parte esencial del desarrollo cultural y político, al señalar que no
existe diferenciación esencial que limite un genos con respecto al otro.
No obstante, existen ciertas contradicciones en sus ideas referidas a lo
femenino, pues en la Republica matiza esta definición tan contradictoria entre
sus pares. Para ello indica que, por su diferencia/oposición surgida de su
propia naturaleza, deben asignárseles ocupaciones diferenciadas. Finalmente, en
el Timeo, añade que el genos anthrópinon no presentaba una
diferenciación sexual originaria, ni siquiera una diferenciación entre especies
animales, sino que esta surgiría a través de una reencarnación degenerativa de
aquellos seres originarios y perfectos, y a pesar de lo dicho, masculinos. El
“castigo” de la feminidad se originaría cuando, tras cumplir el ciclo vital,
aquellos que se hubieran comportado dignamente volverían a reencarnarse en
hombres, mientras que, según el grado de sus faltas, pasarían a hacerlo en
mujeres o en toda suerte de animales que pueblan el mundo. Esta teoría será muy
similar a la defendida por Aristóteles y Hesíodo. Este último sostenía la
existencia primigenia del ánthropos que cohabitaba con los dioses en
perfecta harmonía, hasta que el episodio protagonizado por Prometeo y Zeus hace
recaer sus consecuencias en aquellos a través de la creación del genos
femenino [aunque otra versión sitúa aquí la aparición de Pandora] como castigo.
La propia Pandora será
convertida en arquetipo de los “males” asociados a lo femenino, los cuales
afectaron a los hombres desde su mismo origen, acabando con ese momento idílico
vivido hasta entonces para siempre.
Curiosamente, aun existiendo el carácter de lo
femenino previo a este episodio [por ej. entre las diosas], vemos aquí de nuevo
esa diferenciación entre lo humano y lo divino, pues entre las deidades su
existencia no supuso castigo o mal alguno que afectara a la armonía y paz
reinantes. No solo eso, entendemos que para Hesíodo, antes de este suceso el genos
anthrópinon era capaz de reproducirse de manera autónoma. De forma que,
desde ese momento, el genos femenino no solo supondría un mal, sino una
necesidad vital, un castigo imposible de eludir sin que peligrara la
supervivencia de la especie. Se trata, esta, de una idea que Aristóteles
explicará señalando que la posibilidad cierta de reproducción de un único genos
no implica necesariamente la división sexual ni la perpetuación en base a una
situación monosexuada. Muy al contrario, en sí mismo ya incluiría dos formas
opuestas, algo que más allá de la mera explicación, no hace sino retrotraer la
esencia femenina a un estado aún más primigenio y, por extensión, previo a su
existencia diferenciada como castigo divino.
Sócrates quiso aportar claridad a este asunto mucho
antes, defendiendo que la base para alcanzar una explicación adecuada se halla
en la forma en que planteamos tal división, mediante la identificación de las
diferencias específicas inherentes a la naturaleza de cada uno de los géneros,
y no en base a las tradiciones, normas y leyes culturales que rigen lo político
y, con ello, lo relativo a la estructuración de la ciudad a la que alude
Platón. Sin embargo, aunque defienden que el género sexual solo permite dividir
y diferenciar al ser humano en cuanto al ámbito biológico, pues en lo social la
capacidad de ambos géneros es idéntica potencialmente, ello siempre genera la
paradoja de la defensa de esos mismos autores en cuanto a la superioridad
masculina, aun a pesar de ello, y así bellamente matizada pero claramente
expresada. El propio Aristóteles se oponía a su mentor reseñando, hasta la
saciedad, la inferioridad femenina en todos los ámbitos físicos, filosóficos,
naturales, metafísicos, etc. En
tanto parte indisoluble del género humano entendía que la mujer alberga la
capacidad pero no la emplea por su misma condición o, mejor dicho, no le es
posible emplearla.
Distingue entre la diferencia “especifica” esencial
que opone elementos en base a su forma [sustancia], y la “accidental” que se
origina como variación producida en una misma sustancia y que no afecta a la ousía
[identidad]. No obstante, Aristóteles complica así innecesariamente su
explicación de la diferenciación por géneros, ya que él mismo se aprecia que
entiende lo femenino como demasiado importante para ser un “accidente”, y no
tan diferente como para afectar a la sustancia. Cree haber encontrado la
solución a través de identificar, en el genos mismo [cada especie animal
constituye un genos], dos sexos como diferencia “accidental” y condición
indispensable para la reproducción [eidos]. El resultante es una única
forma [la masculina], un eidos único para reducir así las diferencias
entre los sexos. Matizará también al señalar la existencia de “diferencias
accidentales transitorias” [como las que existen entre el niño y el adulto que
desaparecen cuando se produce al paso de una a otra condición], y las
“permanentes”, como sucede entre un hombre de tez pálida y otro de tez oscura,
o entre un hombre y una mujer. Sin embargo, para otros autores clásicos las
diferencias no se encuentran solo en el cuerpo, sino también en el alma como
resultado de su miedo ante el dolor y la falta de autocontrol en el amor, lo
cual sitúa a la mujer en un punto diferenciador mayor que en el caso de una
mera diferencia “accidental”, pero menor que el que existe entre dos genos
diferentes.
En tanto el varón tiene la capacidad [potencia] de
engendrar en otro ser vivo y la hembra la de engendrar en si misma [acción],
necesitan de las características físicas necesarias para ello y, por supuesto,
distintas pero también asociadas para permitir la unión. Así explica
Aristóteles las diferencias físicas en ambos sexos, lo que no impide en su
visión evaluar cuál de ellos es más “perfecto” y/o más “desarrollado”. Desde la
fragilidad de su pelo, pasando por su voz menos grave, hasta la debilidad de su
musculatura, siempre en comparación, las mujeres salen perdiendo a sus ojos,
pues su propia naturaleza es el mayor de los defectos posibles. Los senos
representan para el filósofo otro elemento de diferenciación, pues son
esponjosos frente al firme pectoral masculino.
Terminará indicando, al igual que lo hicieron los
presocráticos, que el nacimiento de una hembra, y no un varón, aunque pueda
parecerlo no es culpa de la propia hembra en la que se gestó, sino por una
insuficiencia en la potencia masculina de su progenitor. Esa “impotencia
primigenia” dará como resultado un ser “imperfecto” que se ha gestado dentro de
otro ser “imperfecto” al no conseguir generar el “calor vital” necesario que
propiciaría una “cocción adecuada”. Solo si la potencia masculina portadora del
principio generador es lo suficientemente fuerte como para sobreponerse a los
peligros de la gestación en un cuerpo femenino y “frio” [prueba de lo cual
creían era el proceso menstrual] que alberga el principio material [por ende
carente ella en si misma del principio generador es pasiva] nacerá varón. Ello
suponía la derrota de todos los obstáculos existentes y, por ello, el valor y
fortaleza del recién nacido, aunque en esta explicación Aristóteles omite la
alusión a la posibilidad del nacimiento de varones con algún tipo de
discapacidad o malformación que propiciara su exposición.
A esta concepción filosófica se opone, aun a pesar de
su ya anterior desarrollo, la medina de la escuela de Cnido y la escuela
hipocrática. La primera entendía también que la mujer colabora en este proceso
de manera activa. A través de la unión, en esencia esta aporta los componentes
complementarios a los que proporciona la masculina, pero donde el sexo de la
progenie viene determinado por el individuo que destine mayor cantidad a la
mezcla. Se espera que la superioridad masculina decante la balanza de manera
natural, entendiendo que vence en la “lucha” biológica interna sostenida entre
ambos progenitores. No se aprecia, pues, este proceso como una unión
consensuada y colaborativa, sino más bien como un combate por oposición
necesaria y determinante, cuyo resultado lo decide el vencedor. Lo interesante
radica en que en ese “combate” ambos contendientes tienen similares opciones de
historia, algo inconcebible para Aristóteles, donde el resultado de tal
batalla, de suceder, estaba predestinado y solo mutable a expensas de la
debilidad [dynamis] manifiesta del progenitor masculino. En el caso
amazónico, los mitos que refieren aspectos relativos al método procreativo que
empleaban señalan, al contrario de lo que podría entenderse como “natural” en
base a la areté demostrada por las amazonas, que de ellas nacían tanto hijos
como hijas [lo que es natural y solo encontraría explicación en Aristóteles
quizá al considerarlas más cercanas a su condición femenina que a su actitud].
Independientemente del tema a tratar [religioso, histórico, poético,
teatral, filosófico, etc.] y salvo los casos mencionados en que distintos
autores clásicos tratan de matizar esta visión generalizada, sabemos que la
historiografía clásica muestra no solo esa concepción sino que la defiende, la
perpetua y la justifica con ánimo de preservación cultural, al considerar el
modelo no solo adecuado sino el mejor de los posibles. ¿Por qué ese empeño?
¿Por qué muchas veces adaptar el discurso o hacerlo partidista y falso
deliberadamente con tal de defender lo indefendible? Muchos autores
contemporáneos han tratado de analizarlo, otros simplemente alegan la misoginia
inherente a la cultura griega antigua sin tratar de ir más allá, disculpando
esta concepción en base a un desarrollo cultural que, aunque elevado, aún tenía
mucho camino por recorrer. Sin embargo, lejos de buscar respuestas en el ámbito
religioso que utilizaron los griegos para justificar la situación de la mujer
en su sociedad, y a pesar de que relatos como el de la elección de Atenea
frente a Poseidón como deidad tutelar ateniense y las represalias que los
hombres habrían tomado contra las mujeres tras la derrota en las urnas
negándoles el voto en los asuntos públicos que habían detentado hasta entonces,
no podemos sino advertir que ese tipo de análisis superficiales parecen obviar
que no hablamos de una cultura cualquiera. Se trata de aquella sobre la que se
asentaría el desarrollo intelectual, político, etc. de occidente. Una cultura
que destacó por preguntarse acerca de todo a todos los niveles y que, como
muestra de ello, desarrolló una conciencia filosófica, metafísica, etc. que aún
nos asombra y de la que somos herederos. Es por todo ello que sorprende esa
concepción acerca de algo tan básico e importante a la vez como es lo femenino,
tamizado desde una superioridad autocomplaciente del todo innecesaria para
alcanzar el mismo fin tanto del desarrollo cultural como de la parte asociada a
asegurar la continuidad generacional.
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Prof. Dr. Arturo Sánchez Sanz -
Departamento de Historia Antigua de la Facultad de Geografía e Historia.
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ResponderExcluirDirijo minha pergunta ao professor Arturo Sanz. Qual seria ao seu ver a contribuição da Physis para o ensino de história?
ResponderExcluirEstimado Douglas, el conocimiento de la Antigüedad se asienta en las aportaciones de la arqueología y el estudio de los textos clásicos, en ellos se se traslucen las relaciones sociales de género, como parte de los relatos que aportan información histórica. Comprender la visión del género, de la sociedad en la Antigüedad es esencial para comprender los textos clásicos y desentrañar toda la información que pueden ofrecernos más allá de los sesgos. Un saludo
ExcluirEstimado Professor,
ResponderExcluirEm nome da Mesa de Ensino de História Antiga, gostaria de agradecer por compartilhar o seu conhecimento conosco. O seu trabalho foi um diferencial em nosso evento. É perceptível o quanto as suas reflexões motivaram e incentivaram os leitores. Obrigado!